sábado, 9 de agosto de 2014

Amanece

Hay momentos en los cuales las personas que conozco vienen a contarme sus problemas. Que han discutido con sus padres, que han suspendido un examen, que el chico o chica que les gusta no le ha escrito. Y por dentro me echo a reír, aunque me da pena. Y es entonces cuando le pregunto: ¿Te has parado a ver hoy la puesta de sol?

A veces las personas que conozco me preguntan por qué duermo de día. Por qué me acuesto a las siete de la mañana sistemáticamente desde hace más de un año. Y no es por el miedo a la oscuridad ni por qué me guste dormir con luz. La respuesta es que adoro ver amanecer. Adoro dormirme con el canto de los pájaros por la mañana. Adoro ver las luces de las casas encendidas a las tantas, y pensar qué harán, qué sentirán, si se habrán parado a mirar a su alrededor en todo el día. Adoro ver amanecer tanto como adoro ver anochecer. La luz que entra por mi ventana antes de acostarme. Ver como nace esa luz de las más oscuras tinieblas, primero como un leve tono azul que casi parece un sueño, y después despertando todos los colores del mundo. Es un espectáculo precioso, lo tenemos delante de nuestras narices cada día, es gratis, es fácil de encontrar y aún así apenas nos paramos a mirar. Me encanta pensar que con esa nueva luz, con ese nuevo giro sobre el eje imaginario que nos mueve, comienza una nueva historia, un lienzo en blanco. Y aunque haya días en los cuales ni siquiera el amanecer es capaz de sacarme una sonrisa, siempre puedo dormir y soñar que todo va a salir mejor. Siempre puedo cerrar los ojos y dejar escapar mi imaginación. Imaginarme con el chico que me gusta sentada en la playa a medianoche oyendo las olas romper, aún sin ser capaz de verlas. Nunca he visto amanecer en la playa, debe ser una verdadera obra de arte, para aquellos que saben mirar.

La gente ha olvidado la verdadera belleza. La belleza que no sigue cánones, la belleza que es inmortal y atemporal. Las olas rompiendo contra la orilla, las gotas de lluvia sobre la piel, el frío que empaña una ventana, las flores que crecen bajo los árboles, el caer de las hojas de los árboles, el calor de una hoguera… Han olvidado que la belleza está en el interior, pero lo que es más curioso aún, que la belleza está en el exterior. 







PD: Gracias por ayudarme a encontrar las ganas de escribir que había perdido. RR.


lunes, 26 de mayo de 2014

Salta, grita, corre, llora, rompe.

Y a veces llega un momento en tu vida enque no sabes que hacer...
Las puerta se cierran, las ventanas se abren incitándote a saltar, a dejarlo todo atrás, a mirar al cielo en busca de ese sol que ya no calienta, de esos pájaros que ya no cantan, en busca de esa luna que ya no te fascina.
A veces llega un momento en tu vida en el que ya no puedes más. Explotas, y salpicas todo lo que tanto esfuerzo te había costado construir con pedacitos rotos de ti misma, con todo lo malo que hay en ti.
A veces llega un momento en la vida en el que ya nada te consuela, ni el abrazo de un amigo, ni las palabras de un padre, ni el dinero, ni el placer, ni los logros, nada.
A veces llegan momento en la vida en el cual no quieres ver a nadie. Ni siquiera a ti. Los espejos acusan, los ojos acusan, los gestos acusan, y te sientes en una mesa de interrogatorio con todas las pruebas en tu contra y un cartel de culpable grapado en el pecho.

Salta, grita, corre, llora, rompe... Da igual lo que hagas, porque esa sensación jamás desaparecerá. No hasta que tú misma te limpies la sangre de los codos y las rodillas, te seques las lágrimas, te mires al espejo y empieces a aceptarte, y más adelante a quererte.

Porque no se puede amar lo que hay fuera de uno mismo sin amarse a uno mismo en primer lugar.

A ver la vida pasar.

Ella se sentaba en el parque a ver pasar las horas. Se acurrucaba en un rincón de su mente a ver como las hojas se caían de los árboles. Cómo los esquemas se rompían, la gente iba y venía. Ella se sentaba en el parque a ver la vida marchar, a dejarse llevar sin moverse. A viajar a la luna sin mover los pies del suelo. Ella se sentaba en el parque a morir.

Él se pasaba horas en la ventana, asfixiado entre cuatro paredes, pero sintiéndose libre como un pájaro. Alzando la vista al cielo y fijando la mirada en el suelo. Él se sentaba en el alféizar de la ventana a ver los pájaros volar, las personas correr, los gatos pelear y las nubes pasar. Él se sentaba en la ventana a morir.

Las vidas que vivimos, y las vidas que pudimos haber vivido. Cada decisión que tomamos no significa elegir uno de tantos caminos, sino rechazar el resto de vidas posibles que podríamos haber vivido. Sentarse a ver la vida pasar es fácil, sencillo, no hay complicaciones, no hay que tomar decisiones ni elegir. Sólo hay que sentarse a mirar. La vida a veces es demasiado complicada, otras es tan simple que asusta. Buscamos la felicidad en cosas grandes sin saber que en realidad se encuentra en las cosas más pequeñas. Nos gastamos un fortuna en un regalo a nuestros padres una vez al año cuando ellos seguramente lo único que piden es que nos acordemos de ellos de vez en cuando. Que los llamemos para ver si están bien. Ellos no quieren una corbata o un perfume. Ellos quieren amor. Pero es mucho más simple pagar por algo el día de la madre que hacer que el día de la madre sean todos los días.
Cada persona es un mundo y cada circunstancia hace a cada persona única. Pero, ¿quién es feliz? ¿Quién sabe lo que es la felicidad? Nadie. Puedes tener momentos felices, días espléndidos, despertares perfectos y noches maravillosas. Pero siempre llega una nube y con ella la inminente tormenta. El problema es que a veces, cuando realmente avistamos la felicidad, levantamos la mirada al cielo instintivamente en busca de esa nube. Eso es lo que más desdichados nos hace, no poder apreciar los verdaderos momentos de felicidad por el miedo a que se esfumen.

Es muy fácil ver la vida pasar. Pero vivir sin elegir es morir en cada intersección que nos pone la vida. Vivir sin saber qué es lo que quieres es morir con cada decisión que no tomas. Elegir es difícil, vivir con la decisión que has tomado es necesario, aceptar los errores y aprender de ellos, no dejar que se hagan con el control, eso es empezar a aprender a aprender. 

No soy más que una niña que apenas ha vivido un tercio de su vida, pero si de algo sé es de decisiones. De buenas y malas decisiones. De arriesgarlo todo por un sueño. Y jamás me arrepentiré de una decisión que tomé. Si salió bien, porque fui feliz. Si salió mal, porque aprendí.


El problema no es una mala elección, ni siquiera la pregunta en sí, sino la incertidumbre y la duda que ha provocado que esa pregunta aparezca.